09 mayo 2014

Parashá Behar por Rabino Gustavo Surazski

- Nos dice la Guemará que “un sueño que no es interpretado es similar a una carta que no es leída”.


Mucho antes que viniera Freud y profundizara en su teoría de la interpretación de los sueños, el Talmud comprendió que todo sueño tiene un propósito (o al menos) un sentido.


Los sueños son algo más que el entretenimiento de nuestra mente durante la noche o en las benditas siestas de Shabat por la tarde. Un sueño no viene porque sí; un sueño tiene una historia detrás.



El acontecimiento que durante el día nos perturbó, nos emocionó o nos asustó, reaparecerá en la noche disfrazado, camuflado y nos llenará de nuevas preguntas. Y eso es lo que debe interpretarse.



El Talmud nos cuenta que el rey David jamás tuvo en su vida un buen sueño. Es tan placentero tener un lindo sueño, que tener uno malo es casi una maldición.


Pero si dijimos que todo sueño tiene una historia detrás, entenderemos por qué el Talmud infiere que David jamás soñó algo lindo. Todos sus años de reinado estuvo en guerra, rodeado de muerte, estrategias militares, sangre... ¡¿Cómo iba a tener un buen sueño?!

Si hasta Dios le anunció que no podría construir el Templo en Jerusalén, sino que lo construiría su hijo.

No se puede tener un buen sueño en circunstancias semejantes.

Leemos esta semana Parashat Behar una dura sección que contiene una severa amonestación de Dios para el caso en  que no sean respetadas sus leyes.

Tan severa es esta parte que cuando se lee en la Torá, suele leerse en voz baja por el miedo que provoca.

Sin embargo, antes de esta sección de reprensión, la Torá presenta la bendición que Dios derramará sobre su pueblo en caso de que éste sí escuche y respete sus palabras.

Y allí se nos dice: “Y daré paz en la tierra, y se recostarán, y nadie se estremecerá” (Vaikrá; 26-6).

En apariencia, este versículo es redundante, ya que si Dios habrá de darnos la paz, seguro que nadie estremecerá.

Pero tal como ocurre siempre con la Torá, este versículo sólo es redundante en apariencia.

Existen dos clases de paz. Una de ellas es la paz armada, cuando un pueblo permanece armado, preparado y dispuesto a rechazar a cualquier enemigo que se le acerque.

La segunda paz, es cuando no hay enemigos.

La paz armada no da descanso desde hace 66 años a Israel; la otra paz aún es una quimera pero está allí, en la Parashá de esta semana, y nos ayuda a mantener la esperanza de que algún día llegará y nos permitirá cerrar los ojos por las noches y tener dulces sueños.

¡Shabat Shalom!

Autor: Rabino Gustavo Surazski, Israel en Línea.com

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