- Nos dice la
Guemará que “un sueño que no es interpretado es similar a una carta que no es
leída”.
Mucho
antes que viniera Freud y profundizara en su teoría de la interpretación de los
sueños, el Talmud comprendió que todo sueño tiene un propósito (o al menos) un
sentido.
Los
sueños son algo más que el entretenimiento de nuestra mente durante la noche o
en las benditas siestas de Shabat por la tarde. Un sueño no viene porque sí; un
sueño tiene una historia detrás.
El
acontecimiento que durante el día nos perturbó, nos emocionó o nos asustó,
reaparecerá en la noche disfrazado, camuflado y nos llenará de nuevas
preguntas. Y eso es lo que debe interpretarse.
El
Talmud nos cuenta que el rey David jamás tuvo en su vida un buen sueño. Es tan
placentero tener un lindo sueño, que tener uno malo es casi una maldición.
Pero
si dijimos que todo sueño tiene una historia detrás, entenderemos por qué el
Talmud infiere que David jamás soñó algo lindo. Todos sus años de reinado estuvo
en guerra, rodeado de muerte, estrategias militares, sangre... ¡¿Cómo iba a
tener un buen sueño?!
Si
hasta Dios le anunció que no podría construir el Templo en Jerusalén, sino que
lo construiría su hijo.
No se
puede tener un buen sueño en circunstancias semejantes.
Leemos
esta semana Parashat Behar una dura sección que contiene una severa amonestación
de Dios para el caso en que no sean
respetadas sus leyes.
Tan
severa es esta parte que cuando se lee en la Torá, suele leerse en voz baja por
el miedo que provoca.
Sin
embargo, antes de esta sección de reprensión, la Torá presenta la bendición que
Dios derramará sobre su pueblo en caso de que éste sí escuche y respete sus
palabras.
Y allí
se nos dice: “Y daré paz en la tierra, y se recostarán, y nadie se estremecerá”
(Vaikrá; 26-6).
En
apariencia, este versículo es redundante, ya que si Dios habrá de darnos la
paz, seguro que nadie estremecerá.
Pero
tal como ocurre siempre con la Torá, este versículo sólo es redundante en
apariencia.
Existen
dos clases de paz. Una de ellas es la paz armada, cuando un pueblo permanece
armado, preparado y dispuesto a rechazar a cualquier enemigo que se le acerque.
La
segunda paz, es cuando no hay enemigos.
La paz
armada no da descanso desde hace 66 años a Israel; la otra paz aún es una
quimera pero está allí, en la Parashá de esta semana, y nos ayuda a mantener la
esperanza de que algún día llegará y nos permitirá cerrar los ojos por las
noches y tener dulces sueños.
Autor: Rabino Gustavo Surazski, Israel en Línea.com
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