Entre
las múltiples temáticas que se mencionan en Parashat Nasó, desearía referirme a
la bendición sacerdotal o, en su forma hebrea, Birkat HaCohanim.
Dicha
brajá - que forma parte integral de la repetición de la Amidá - también es
conocida por ser parte de la bendición que semanalmente impartimos a nuestros
hijos junto a la mesa del Shabat.
«Y
dijo el Eterno a Moisés, diciendo: Habla a Aharón y a sus hijos diciendo: así
habrán de bendecir a los hijos de Israel: El Eterno te bendiga y te guarde.
Ilumine el Eterno su rostro hacia tí, y te agracie. El Eterno dirija su rostro
a tí, y te conceda la paz» (Bamidvar; 6:24-26).
La
bendición sacerdotal aparece redactada de modo ascendente y está separada en
tres partes. La primera de ella - en su fórmula hebrea - contiene tres
palabras, la segunda cinco y la tercera siete. Es por ello que está bendición
es conocida como «Brajá HaMeshuleshet» (Bendición de tres versículos).
Y
dicha brajá llega a su punto culminante con el enunciado del vocablo «Shalom»
(paz), posiblemente la palabra más conocida del idioma hebreo.
¿Qué
se puede decir acerca de la paz que no se haya dicho hasta ahora?
Enseñan
nuestros sabios: «Tan grande es la paz que todas las bendiciones y plegarias
concluyen con la paz».
La
lectura del Shemá Israel concluye con: «Extiende sobre nosotros tu manto de
paz». La bendición sacerdotal concluye con: «...y te conceda la paz». Todas las
bendiciones concluyen con la paz: «Hacedor de la paz».
Los
Sabios de Israel transmiten aquí un mensaje profundo pero a la vez
desconcertante.
La paz
es un bien supremo, pero al mismo tiempo se nos pareciera decir que ella no
depende de nosotros ni tampoco nos pertenece. Es Dios quien hace la paz y es Él
quien nos la concederá.
¿Qué
parte tomamos nosotros en todo ésto?
Si
bien - al menos desde un punto estrictamente teológico - dicha idea resulta
razonable, el ser humano - a la luz de esta fuente - queda reducido a un sujeto
pasivo en lo conciernente a la búsqueda de la paz.
Si la
paz no está en nuestras manos y sólo puede ser adquirida por medio de la
bendición celestial, ¿qué podemos hacer por ella además de rezar?
Es
cierto que debemos seguir rezando por la paz en Israel y en el mundo, pero tal
vez debiéramos invertir más energías en aquello que sí está a nuestro alcance,
como el sustento, la educación y la justicia social.
Dejemos
la paz para los poetas y los soñadores.
¿Para
qué esmerarse tanto en algo que depende exclusivamente de Dios siendo que,
además, no tenemos socios para hablar de paz?
Baal
HaTurim, trae en su comentario a la Torá, una idea que arroja luz sobre las
sombras.
«Shalom»
- dice el Baal HaTurim - suma en gematria igual que «Esav» (comentario a
Bamidvar 6; 26).
Cuando
escuchamos en la actualidad que en Oriente Medio «no tenemos con quién hablar»,
debemos saber que dicha idea no nació en nuestros días.
El
pueblo de Israel sabe, hace casi cuatro mil años, que Esav nunca será socio
para la paz. Con él tampoco se puede hablar.
Y
súbitamente, Baal HaTurim nos enseña y sorprende con esta particularidad: el
valor numérico de la palabra Shalom y del vocablo Esav es idéntico.
Y
agrega: «Debes anticipar en el saludo a todo hombre», incluso a Esav.
Aun
cuando Esav se ha transformado en el imaginario judío en símbolo del guerrero
cruel, sediento de sangre, Baal HaTurim nos sugiere que debemos evitar
transformarnos en sujetos pasivos en lo referente a la paz. No es correcto. La
paz no es propiedad exclusiva de Dios sino que nosotros podemos acelerar su
venida.
¿Cómo?
Ya lo
dijo en alguna oportunidad el profesor Yeshayahu Leibowitz refiriéndose a esta
similitud entre el vocablo Shalom y el nombre Esav:
«Esto
se nos ha enseñado a fin de que el pueblo de Israel sepa hasta qué punto la paz
en un imperativo que le compete. Dado que no habrá paz para Israel hasta tanto
no haya paz entre Yaakov y Esav».
O en
otras palabras: Hasta que comprendamos que «imposible» es sólo lo que jamás se
intentó.
¡Shabat Shalom!
Fuente: Rabino Gustavo Surazski, de Israelenlinea.com
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